Las dos superpotencias del fútbol inglés se jugaron su supremacía europea durante dos horas de un partido extenuante, de máxima exigencia física, disputado a un ritmo sólo al alcance de muy pocos equipos. En la primera final británica, el Manchester sacudió al inicio y luego fue tras el Chelsea, mucho más atlético, hasta los penaltis. Tal fue el equilibrio y la incertidumbre que fueron necesarios 14 agónicos lanzamientos.
Falló Cristiano Ronaldo, sobre el que estaban todos los focos, y sólo un resbalón de Terry impidió que la final dejara marcado al portugués. La desgracia fue para Anelka, que en su feudo se quedó a un centímetro de ver el primer gran título europeo del club londinense. Para el United ya son tres.
En el tramo final se disparó el voltaje con el 1-1, con los dos equipos tan desgastados que hubo un instante en el que hasta seis jugadores padecían calambres a la vez. Hasta Lampard y Hargreaves se socorrieron mutuamente. No todo fue concordia. Drogba soltó una bofetada a Vidic y el Chelsea tuvo que resistir con diez. El duelo colectivo dio paso a los retos individuales. Falló Anelka, acertó Van der Sar. Gloria al United 50 años después de la tragedia de Múnich y al rutilante fútbol inglés.